El legado histórico de la ciudad de Consuegra es uno de los más importantes de Castilla–La Mancha. Desde la prehistoria hasta el día de hoy la ciudad ha sido un crisol de culturas que han ido dejando una huella imborrable, formando un paisaje histórico excepcional. Los Carpetanos fundaron sobre el cerro Calderico el primer asentamiento, en el Siglo VI a. de C. Roma conquistó la ciudad y fundó Consabura, en el siglo II a. de C. Reinos y Califatos pelearon por Consocra edificando un castillo milenario a cuyos pies, murió Diego Rodríguez, hijo de Mío Cid, el 15 de agosto de 1.097, frente a los almorávides. En esta misma fortaleza tuvo su sede la Orden de San Juan de Jerusalén desde 1.183, siendo Consuegra la capital del Gran Priorato de San Juan de Jerusalén en Castilla y León. Bastión inexpugnable, morada de reyes, lugar donde confluyen gigantes y molinos evocadores de las aventuras de Don Quijote.
Consuegra, además de ser un núcleo importante en el entramado vial del centro, uniendo Toledo con el sur y este peninsular, se fue convirtiendo gradualmente en un área de producción agrícola con varias fases de desarrollo y florecimiento de villas. La ciudad, paso por varias fases en su estructura urbana en las diferentes periodos históricos, produciéndose una serie de obras de ingeniería (presa, acueducto, puentes, vías, etc.) que potenciaron su consolidación. Producto de su pasado son los restos que hoy perviven, el material que ha llegado hasta nosotros y la propia configuración urbanística que hemos heredado.
Desde principios del siglo XIII se promovieron los trabajos de repoblación bajo los auspicios de los sanjuanistas. El fuero de Consuegra se extendió por toda la comarca. La colonización del área y la explotación de parajes abandonados posibilitaron el desarrollo del Alfoz. El castillo, sede de la Orden de San Juan, se trasformó en centro administrativo, encauzando los designios del término hasta que cada villa, nacida bajo la protección y sobre la base de la política demográfica y colonizadora seguida desde Consuegra, fue alcanzando poco a poco su plena autonomía.
La historia de la Ciudad de Consuegra durante los siglos XIX y XX está marcada por la invasión francesa y la consiguiente Guerra de la Independencia y las desamortizaciones de Mendizábal y Madóz.
La Guerra de la Independencia supuso un antes y un después en la conservación de patrimonio histórico – cultural consaburense. La destrucción del Castillo en 1.813, unido a la destrucción de gran parte del archivo sanjuanista que albergaba en su interior, la ruina de la Iglesia de Santa María, antigua mezquita y modelo de las iglesias en el priorato de San Juan o el saqueo de bienes culturales son marcas de las que la ciudad, hoy en día, aun sigue reponiéndose.
Las desamortizaciones de Mendizábal y Madoz, va a suponer la pérdida de la casa de La Tercia como conjunto, parcelándose esta e iniciándose un rápido deterioro.
El año 1891, la ciudad sufre una inundación, donde una devastadora riada arrasó las edificaciones en torno al río Amarguillo, y con un saldo de 400 víctimas mortales, además de la demolición de los tres antiguos puentes medievales que atravesaban el cauce.
A raíz de este desastre, la población experimentará una transformación urbanística.
De aquellos lodos nació la esperanza y en unos terrenos baldíos surgió uno de los barrios que da sabor a Consuegra, el barrio del Imparcial, su plaza de Madrid, la calle Vigo u otras muchas vías de esta nueva zona, recuerdan a todos aquellos que aportaron su pequeño grano de arena para el resurgir de una ciudad.
El siglo XX comenzó con el encauzamiento del río, se amplió el cauce, pasarelas de hierro dulce al más puro estilo marcado por Eiffel, son las que hoy en día se siguen utilizando para atravesar el cauce del Amarguillo. Se crearon parques y jardines sobre lo que fueron los solares de las casas y, con la agradable sorpresa que al abrir el río, el siroco veraniego se hizo más soportable
Ya en la década de los sesenta se comenzó a recuperar el patrimonio, se compró en castillo por 90 € a su propietario comenzándose desde entonces las labores de rehabilitación, los molinos siguieron similar proceso y estos no se compraron: su propietario, que era el mismo que de el castillo, se los cedió al ayuntamiento y no solo cedió los molinos sino que además, cedió los accesos para que todo aquel que quisiera pudiese visitarlos.
Al aroma del Azafrán, en 1.963, se creó una fiesta para ensalzar los valores y la esencia cultural Manchega: la fiesta de la Rosa del Azafrán.
Con la llegada de los ayuntamientos democráticos se dio un nuevo impulso a la rehabilitación del patrimonio, se crearon Escuelas Taller que rehabilitaron doce de los trece molinos, gran parte del castillo, zonas del casco urbano y formaron a artesanos que hoy en día siguen manteniendo las tradiciones.